Número 113. Octubre 2014
María Lourdes Montoya «Adela» achica agua del subsuelo. (P. FERNÁNDEZ)
Los vecinos de Piñeres piden el realojo del poblado por motivos de salubridad
Los módulos de casas están asentados sobre encharcamientos de agua sucia,
lo que hace que proliferen las humedades y aparezcan cucarachas y ratones
Octubre 2014 / Carreño
PAULA FERNÁNDEZ (Candás)
Un grupo de vecinos de Piñeres pide que el Ayuntamiento les realoje por motivos de salubridad. Las casas modulares, en las que residen actualmente, están asentadas sobre balsas de agua sucia que, según creen, provienen de «manantiales que pasan por debajo. Estamos encima de una piscina», comenta Adolfo Jiménez Amaya, que reside junto a su mujer, María Lourdes Montoya Hernández, más conocida por «Adela», en una de las 12 viviendas ubicadas cerca del cementerio candasín.
Cada familia paga al Consistorio 20 euros en concepto de alquiler, más los gastos de la factura de la luz. Ellos están dispuestos a tener una renta mayor con tal de poder vivir en un ambiente sano, en condiciones normales. Las habitaciones estén repletas de manchas de humedad. «Se cae la pared a cachos, a pesar de que pintamos hace poco», comenta Montoya Hernández. El matrimonio vive en Piñeres desde hace 29 años, primero en en unos prefabricados y en estos desde 2001.
Los residentes en el poblado de Piñeres alertan que aguantan a duras penas la insalubridad. «Vamos cada poco al médico porque tenemos la humedad metida en los huesos», comentan. Los problemas de salud son la causa principal de que quieran marcharse de allí. «No pedimos un palacio ni un chalé, solo una casa digna. Que cambien el poblado de sitio, nos alquilen un piso social o donde sea», recalca María Antonia Jiménez Jiménez. Su hija, de 18 años, duerme en una habitación repleta de moho, algo no recomendable para nadie, pero menos para una joven que «está operada del corazón y con tratamiento de pastillas de por vida».
La noche del 9 al 10 de setiembre el agua putrefacta subió por las tuberías y anegó la bañera de Jiménez Jiménez. También tienen que convivir con plagas. «No podemos tener una barra de pan colgada porque se meten las cucarachas. Detrás de la nevera hay manadas de ellas», asegura. La procedencia de estos insectos se desconoce, aunque puede llegar allí desde el cementerio.
«No pedimos ni un palacio, ni un chalé, solo una casa digna. Que cambien el poblado de sitio o nos alquilen un piso»
Los afectados han mandado varios escritos al Ayuntamiento de Carreño y al Principado para que les realojen en otro lugar, pero la respuesta ha sido siempre la misma. «Solo les dieron un piso a dos personas de aquí. Al resto, nos dijeron que los solicitáramos y no los denegaron. Quieren que nos integremos pero no nos dejan. Si nos dan un piso, pagaremos el alquiler como todo el mundo. Si no, que nos echen», razonan Montoya Hernández y Jiménez Jiménez.
Las dos mujeres están cansadas de lidiar con las administraciones sin que les den una solución. De hecho, el 11 de setiembre mantuvieron una reunión con el personal de servicios sociales para abordar este y otros temas. «Da igual lo que les digamos porque siempre pasan de nosotros».
Los problemas para estas familias vienen de largo. «Antes, en las otras viviendas, no podíamos echar a los niños en las cunas porque había ratas», dicen. Ahora, las cucarachas campan a sus anchas por las habitaciones, a pesar de que se afanan por mantener las casas limpias. «Hay gitanos “gochos” y limpios y eso lo saben los de servicios sociales. El otro día nos querían meter veneno para las ratas dentro de las casas. Si entra un crío y lo come, vamos al hospital. ¿Qué hacemos con las cucarachas? ¿Las comemos?», critican.
La casa de Coral Jiménez Gabarri es otro ejemplo de la precaria situación. Una de las habitaciones de su vivienda tiene un trozo de pared rota, que cedió por la humedad. Su hija, operada de tiroides, padece los efectos. «En invierno, tiene que estar metida en el cuarto con la estufa encendida todo el día porque le dijeron los médicos que no podía coger frío», lamenta Jiménez Gabarri. A la mujer le entra el agua por las ventanas en días de lluvia. «La bañera pierde y nos llena de agua toda la casa. Tengo que tomar un montón de medicinas de los dolores de cabeza y de huesos».
DEPRESIÓN Y PICADURAS
Rosa Jiménez Amaya padece depresión desde que falleció su marido. El parte médico dice, literalmente, que tiene «dificultades de adaptación al entorno en el que convive». Uno de sus tres hijos tuvo que acudir al hospital a principios de setiembre por la picadura de un insecto, que le provocó un gran hinchazón en el ojo. El problema de estas familias se acrecenta con las lluvias. «Nos entra el agua por casa hasta la lavadora y al tocarla, nos dan calambres. Cualquier día hay una desgracia», advierte Jiménez Amaya.
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