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Richard Gugliandolo y Álvaro González, en la granja de caracoles. (LORENA VENTURA)

CARREÑO SE

DESLIZA POR UNA OPORTUNIDAD DE NEGOCIO: EL CARACOL

Tres jóvenes tramitan la

licencia de una granja de helicicultura para arrancar

la producción en primavera

Febrero 2017 / Carreño

LORENA VENTURA (Candás)

 

Van poco a poco, como el animal que pretenden explotar. Así han planificado una forma de escapar de las limitaciones del asalariado. Carreño se deslizará por una nueva oportunidad empresarial gracias al empuje de tres jóvenes que han visto la vía para salir del mundo de la hostelería: el caracol. «Queremos tener nuestro propio negocio, depender de nosotros mismos; No matarnos por un sueldo mísero y aguantar a otros», explican los precursores. Son los hermanos Alexandra y Álvaro González Díaz, que llevan meses de trámites con el Ayuntamiento de Carreño para obtener la licencia de instalación de una granja de helicicultura de 2.000 metros cuadrados ampliable a 5.000, para arrancar la producción la próxima primavera. El Consistorio ya les ha aprobado el proyecto, pero ahora toca que Medio Ambiente también lo dé de paso. 

 

La idea surgió de Richard Gugliandolo, pareja de ella y afincado en Guimarán, que enseguida se percató de la potencial rentabilidad después de leer un artículo periodístico. «Es un negocio que está creciendo mucho y aún no está lo suficientemente explotado. Además, aquí se da una climatología perfecta para ellos y somos personas de arriesgar», resume Álvaro González Díaz, de 27 años. 

 

A estas bondades se suma que es uno de los pocos mercados en los que hay más demanda que oferta. Ellos ya han puesto sus miras en uno de los principales consumidores mundiales. Francia, que considera el caracol un producto «delicatessen», come más de 50.000 toneladas de estos moluscos terrestres al año. Le sigue el país de origen de Gugliandolo, Italia, con 12.000. En España apenas llega a las 4.000 y los catalanes son los principales consumidores. «Vamos al mercado francés de cabeza porque allí los precios son más altos. Además, estamos en contacto con intermediarios de Cataluña y Valencia. También estaría bien que se fueran abriendo los países asiáticos», anticipa uno de los hermanos. Se trata de un producto bien pagado. «La media anual es de más de siete euros por kilo». Y es que el caracol «tiene más valores nutricionales que la carne de ternera», subraya Gugliandolo. 

 

¿Se puede vivir del caracol? «Sí, se puede, seguro». Pero antes de llegar a ese punto, se requiere una fase de aprendizaje y desarrollo que puede durar perfectamente dos años. Son conscientes de que hasta el tercer año no van a lograr beneficios. 

 

También existen complicaciones. Uno de los principales aspectos que frenan es que se trata de animales delicados, que sufren bastante con los cambios de temperatura y no pueden estar hacinados.

Sala de cría. (L. VENTURA)

Ellos no van a trabajar la cría desde cero. «Nosotros partimos de alevines, de caracoles muy pequeños. Haremos el engorde para su posterior venta», clarifican. Normalmente se alimentan piensos vegetales, maíz, cebada y trigo.

 

Apuestan por hacer transacciones con el caracol vivo. De momento, tampoco se plantean extraer la baba del caracol porque eso implicaría una planta de envasado. Cabe recordar que dicha baba es demandada por las empresas de cosmética porque contiene colágeno. «Nosotros los inducimos a hibernación en una cámara frigorífica y se sacarían en estado de letargo», dicen.

 

Como en otros tantos negocios, la competencia de otras zonas menos desarrolladas, con mano de obra más barata y menos control gubernamental, tampoco ayuda: «Los productores del norte de África (Marruecos) tiran los precios».  

 

LUGAR SECRETO

Los gijoneses alquilaron una parcela en un lugar de Carreño que no quieren desvelar, como tampoco el volumen de producción previsto. ¿Por qué? «Es un producto goloso para robar», aclara Álvaro González Díaz. Aunque sí da pinceladas de la inversión realizada con una clarificadora frase: «Nosotros somos muy de “low cost”: en lugar de comprar una tonelada de tablas para los refugios, hemos aprovechado cajas cosiendo o grapando tela. Hemos invertido en termómetros digitales baratos, cuatro cositas para automatizar el riego y poco más». Es decir, priman el ingenio sobre los recursos económicos. No es su caso, pero recuerdan que la inversión media abarca una horquilla entre los 15.000 y los 20.000 euros. 

 

Los gijoneses se definen como autodidactas porque consideran que los cursos dan una formación «mínima». Prefieren el intercambio de información con otras granjas y un sistema efectivo: ensayo y error. Se quejan de que no hay transparencia en el tema. «El Ayuntamiento no aportó una legislación específica para el caracol. Nos exigieron documentación como si fuéramos a montar una ganadería de vacas», relatan. 

 

A pesar de que sus recursos son limitados, descartan pedir subvenciones. «Estamos tirando de nuestros propios ahorros. Solo pedimos que no se pongan obstáculos a gente joven con ganas de arrancar», reclaman. 

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