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Ovidio y Asunción explicaron los duros momentos vividos. (L. VENTURA)

Ovidio y Asunción explicaron los duros momentos vividos. (L. VENTURA)

SUPERVIVIENTE TRAS UNA BATALLA DE 6 MESES

Ovidio Peláez Rodríguez, de Vioño, cierra con los suyos

un año fatídico tras pasar por la UCI y rehabilitación

05/12/2020 / Comarca

LORENA VENTURA (Vioño)

 

Era una persona activa. Adecentaba la finca de «La Mina», cortaba leña, arreglaba maquinaria, viajaba… hasta que en una escapada a Mallorca contrajo el coronavirus. Y no volvió a ser el mismo. Eso es lo que más le pesa. Ovidio Peláez Rodríguez, de Vioño, cierra con los suyos un año fatídico después de estar casi seis meses en el hospital por Covid-19.

 

Lo suyo roza casi el milagro. A pesar de bajar más de 20 kilos de peso, dejar de tener sensibilidad en algunos dedos de la mano y perder pelo, a sus 80 años se desenvuelve perfectamente en una conversación, lee el periódico de cabo a rabo sin gafas y, entre foto y foto, echa leña al fuego porque está helando en Vioño. Aunque él insiste en que ya no es el de antes. Quiere andar ágilmente, conducir, visitar el negocio que fundó en 1974, pasear por Luanco, ir al banco, comprar carne en García… tantas cosas que hacía y ahora empieza a hacer, pero le cuesta tanto. De ahí que haya perdido cierto optimismo. «Qué Dios nos dé salud para lo que falta. Y cuando me tenga que llevar, que sea sin dolores», desea con franqueza.

 

Todo empezó en la antesala del primer estado de alarma. Asunción Estébanez Pérez cuenta la historia de cómo Peláez Rodríguez acabó en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) compartiendo planta con su médico de cabecera, Félix González García, quien también contrajo Covid-19. Su pareja recuerda todo porque él ha borrado este doloroso episodio selectivamente de su memoria.

 

La vecina, también originaria de Vioño, explica que se marcharon de vacaciones a Mallorca el 9 de marzo con un viaje del Imserso con otras 50 personas, varias de ellas de Gozón. Iban para siete días, pero hubo que adelantar la vuelta porque esa misma semana, 14 de marzo, empezó el confinamiento de toda población española por la pandemia. «Un día antes de marchar, el sol me quemaba como fuego y empecé sentir resquemor de garganta», explica Estébanez Pérez. No le dio mayor importancia.

 

ODISEA MADRILEÑA 

El regreso fue una señal de la pesadilla que vino después. Estuvieron «tirados» en el aeropuerto y en la estación de tren de Madrid Chamartín. Primero les dijeron que iban a ir en avión a Bilbao y, de ahí, en autobús para casa, pero no hacían más que anunciar retrasos por megafonía y, tras varias horas, tuvieron que pasar la noche en un hotel. «Nos fuimos para la cama sin cenar», relata la vecina de Vioño. A las 5:45 de la madrugada volaron rumbo a Madrid. Pero no fue hasta las 12 cuando se subieron a un tren para llegar a Gijón. «Luego cogimos “El Carreño” hasta Avilés y llegamos a Vioño. Estoy seguro que lo cogí en Madrid», interviene él.

«La verdad es que Ovidio es una persona muy inquieta, muy activa. Se recorrió la estación de cabo a rabo. No paró un momento quieto. Estaba todo cerrado, pero allí había jaleo», explica su pareja sobre el posible origen del contagio.

Ya en casa, ambos se encontraron mal. Primero ella y luego él. El médico le recetó a la mujer paracetamol vía teléfono por una incipiente afonía. Nunca le hicieron la PCR. Lo del gozoniego fue a peor. «Empezó a sentirse agotado, se fatigaba y tenía poca estabilidad. Pero no nos hacían mucho caso porque no tenía fiebre ni tos. Hasta que me enfadé. No somos animales», recalca Estébanez Pérez.

 

Algo iba mal, muy mal. Finalmente, vino una ambulancia a por el vecino e ingresó en el Hospital de San Agustín el 4 de abril. Y paradójicamente Peláez Rodríguez dio dos veces negativo en la prueba PCR. A la tercera sí que quedó claro que estaba contagiado. Cuatro días después ingresó en la UCI. Permaneció en el centro hospitalario cerca de 70 días. Su novia acudió a verlo a la UCI, a pesar de que le advirtieron de los riesgos que corría a su edad. «No tuve miedo. Conviví con él antes de ingresar y seguía encontrándome bien. Él se emocionó al verme. Me arrimé porque él apenas tenía voz y yo apenas oigo. Nos entendimos casi por señas», recuerda Estébanez Pérez, quien resalta que comparten buena sintonía desde que hace tres años coincidieron en una excursión a Potes.

 

«Todos me daban por muerto», recuerda el vecino. No en vano a su hijo le dieron el pésame alguna vez. «Tuvieron que hacerle una traqueotomía. Estuvo intubado porque el pulmón no le respondía. El riñón empezó a fallar», indica la mujer.

 

El vecino de Vioño salió el 16 de junio del San Agustín e ingresó en el Hospital de la Caridad​ de Avilés, donde pasó por sesiones de rehabilitación y fisioterapia hasta que regresó a casa, por fin, un 14 de setiembre. Su odisea duró medio año. «Se portaron muy bien conmigo. Me trataron con cercanía, paciencia y me aplaudieron cuando salí. Todo el mundo me conocía. Ahí está el de Comercial Vioño decían», recalca él.

 

«Solo pensaba en volver a sentarme en el patio de mi casa a fumar un Farias. Es un palo muy grande. No soy lo que era. Yo que tanto trabajé y ahora no puedo. Ya me he caído tres veces en casa», lamenta. Entre tanto pesar también tiene un espacio para bromear: «Si sigo allí me muero. La comida era de pena. Pensaba en los potajes y en la faba de Mayo».

 

Peláez Rodríguez mira al pasado con añoranza, mientras que se toca las manos: «Me pasaba en el garaje haciendo cosas de mecánica hasta la madrugada y luego ejercía de taxista. Ni sé la de novias que llevé en mi elegante Seat 1500 clásico (entre ellas, la que hoy es su pareja, dado que ambos enviudaron). Lo tenía a todo lujo. Abrí Comercial Vioño en 1974. No había nadie que no fuera mi cliente. Viajaba. Para mí todo eso se acabó». 

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